CONCIERTO
Noche transfigurada
Con obras de Anton Webern y Arnold Schoenberg
27
ENE
2024
Noche transfigurada
Con obras de Anton Webern y Arnold Schoenberg
27 ENE 2024
PROGRAMA
Anton Webern (1883-1945)
Langsamer Satz (9’)
Rondó (6’)
5 movimientos para cuarteto de cuerda, op. 5 (12’)
1. Heftig bewegt — Ruhig
2. Sehr langsam
3. Sehr bewegt
4. Sehr langsam
5. In zarter Bewegung
Arnold Schoenberg (1874-1951)
Noche transfigurada para sexteto de cuerda, op. 4* (29’)
INTÉRPRETES
NOTAS AL PROGRAMA
Anton Webern
Langsamer Satz
Rondó
5 movimientos para cuarteto de cuerda, op. 5
Con los compositores que integraron la segunda escuela de Viena, y particularmente en los casos de Arnold Schoenberg y Anton Webern, resulta siempre un ejercicio revelador visitar sus obras de juventud. Del mismo modo que los periodos azul y rosa de Picasso (1901-1907) nos permiten atisbar sus influencias e intereses antes del radical cambio de lenguaje pictórico que se produjo con el cubismo, las obras tempranas de Schoenberg y Webern nos descubren cómo habían asimilado su contexto musical y buscado sus propias formas de expresión antes de internarse en el inexplorado terreno del atonalismo, primero, y del dodecafonismo, más tarde. A través de la música de cámara para cuerdas, que ambos compositores trabajaron profusamente al inicio de sus carreras, el Cosmos Quartet nos propone un viaje al universo juvenil de Schoenberg y Webern previo al desarrollo de las propuestas que los erigirían en referentes fundamentales de las vanguardias musicales del siglo xx.
Langsamer Satz, que traduciríamos sencillamente como ‘movimiento más lento’, es, con sus nueve minutos de duración, uno de los fragmentos musicales continuos más extensos del catálogo de Webern. El compositor, que en 1905 tenía 21 años y había comenzado las clases con Schoenberg un año antes, escribió este movimiento para un cuarteto de cuerda que no llegó a finalizar. Pero este fragmento solitario no deja de resultar muy valioso, tanto como material de estudio de la evolución temprana del autor austriaco como obra en sí misma, ya que desprende un apasionado romanticismo, incluso un sentimentalismo que resulta chocante en un autor que en el futuro construiría sus creaciones a partir de procesos muy cerebrales.
Al fin y al cabo, Webern escribió Langsamer Satz en un momento en el que estaba perdidamente enamorado de Wilhelmine Mörtl, que habría de convertirse en su esposa. A finales de la primavera de 1905, el compositor se fue de vacaciones con ella: pasaron cinco días recorriendo los pintorescos paisajes de la campiña austriaca, una experiencia tras la que Webern escribió que su amor «se elevó a alturas infinitas y llenó el Universo. Dos almas quedaron arrebatadas». A raíz de ello, compuso este movimiento de cuarteto que ha sido calificado como «Tristán e Isolda comprimido en once minutos». La música es tersa, muy cromática, seductora y posee una gran carga emocional, pero más allá del arrebatamiento juvenil y amoroso que transmite, nos permite observar ya algunos recursos compositivos que habrían de ser fundamentales en su producción futura, particularmente el sofisticado trabajo motívico que en un momento dado incluso invierte el tema de apertura, adelantando así técnicas propias del dodecafonismo.
El Rondó fue compuesto un año más tarde, en 1906, y estaba destinado también a ser parte de un cuarteto: durante sus estudios con Schoenberg, Webern escribió mucha música para cuerda que fue redescubierta en su mayoría a partir de 1960. El Rondó marca un paso adelante importante con respecto a Langsamer Satz. Su lenguaje sigue asentado en la tonalidad, pero su tratamiento es más atrevido que en la obra anterior y su énfasis en los efectos tímbricos es más relevante: pizzicati, sul ponticellos, armónicos naturales y artificiales… modelan ya un anticipo de los tonos de color tan inusuales que caracterizan su periodo atonal.
El tema principal de la pieza es un motivo elegante y melodioso parecido al vals vienés. Como tal se presenta en los primeros compases de la obra, hasta que la estructura rítmica del vals se distorsiona a la vez que se difumina el sonido pleno de las cuerdas en favor de sonidos apagados. Se da paso así al primer episodio, que evoluciona de una dulce melodía a un dramático pasaje de halo lisztiano, que finalmente se disuelve con unos pizzicati. Comienza de nuevo el vals que es tema principal del rondó, llega luego el 6 segundo episodio, y así el discurso musical va avanzando de una forma aparentemente deslavazada e impredecible, que, no obstante, funciona extraordinariamente bien en un plano temporal. Esta manera de abordar un rondó evidencia el proceso especulativo que estaba realizando Webern en torno a las formas tradicionales, y que en un momento dado lo llevaría a abandonar los conceptos habituales de desarrollo para abrazar una exposición de las ideas musicales cada vez más breve y concisa.
Tendremos un ejemplo de esta evolución weberniana hacia la economía de medios con la tercera obra que interpretará el Cosmos Quartet. Los 5 movimientos para cuarteto de cuerda, op. 5 fueron compuestos en aquel prodigioso verano atonal de 1909 en el que también creó la Seis piezas para orquesta, op. 6 y Schoenberg sus Cinco piezas orquestales, op.16. Pero si el opus 6 de Webern es un epatante ejemplo de sutilidad en el exceso, con momentos tan expresivos y catastróficos que, siguiendo a Berg, solo pueden indicarse como «sin expresión» (ausdruckslos), porque no hay palabras para describirlos, las piezas del op. 5 mantienen aún una cierta «cordura», entendida esta como una familiaridad con la música de cámara planteada en términos tonales. En ese sentido, en su apelación a algunos recursos expresivos tradicionales, aunque el lenguaje técnico empleado sea nuevo, esta es una de las obras de Webern que más se asemejan a las del otro gran alumno de Schoenberg, Alban Berg, quien desarrolló con maestría dicha evocación de lo tonal desde el atonalismo.
Los Cinco movimientos forman, en su conjunto, un arco. A pesar de su extrema brevedad, el tercer movimiento es el punto central del cuarteto, una página llena de ansiedad que da sentido a los dos movimientos que lo rodean, de trece compases cada uno y que en contraste con el tercero son lentos y delicados, casi etéreos en su divagar contemplativo y en sus sonoridades apagadas por las sordinas. Los más complejos son los movimientos exteriores: el primero alterna con gran contraste explosiones de energía, lánguidas melodías y texturas fantasmales, se insinúa aquí y allá un vals vienés, y finaliza con la imitación de una sardónica risa ejecutada sobre el puente del violín segundo y la viola. El último movimiento, por su parte, surge de la sonoridad apagada del cuarto y presenta un tono desesperanzado, con algunos destellos melódicos e incluso un arranque de vals, pero de los que emana un inefable sentimiento de soledad. Al fin y al cabo, Webern le confesó a Berg que esta pieza era una consecuencia del duelo por la muerte de su madre y, tal y como lo formuló Mark Steinberg, «es música que habla a las sombras del alma».
Arnold Schoenberg
Noche transfigurada para sexteto de cuerda, op. 4
En uno de los escritos recogidos en el manual de estética Style and idea, desde su exilio americano y ya al final de su vida, Arnold Schoenberg apuntó una declaración de principios destinada a los jóvenes: «Nadie debe entregarse a otras limitaciones que las impuestas por su propio talento». Tras su apariencia de axioma, esta afirmación esconde la esencia de lo que fue Schoenberg: un compositor de inmenso talento que hubo de enfrentar mil dificultades para poder desarrollarlo. La falta de recursos en su juventud, su origen judío en medio de un antisemitismo en ascenso, el rechazo frontal de la crítica y el público hacia su música… durante su carrera, Schoenberg se enfrentó a una ordalía tras otra, pero conservó la fortaleza de espíritu necesaria para superarlas e incluso para sacudir los cimientos de la música occidental mediante el desarrollo del atonalismo y la invención del sistema dodecafónico. Es importante entender que, para Schoenberg, estos desarrollos fueron la consecuencia natural del momento histórico que le tocó vivir, y que él amaba profundamente la herencia musical germánica que se constituía, irónicamente, en el mayor obstáculo para la aceptación de su propia música. Los dos grandes pasos que dio fueron sentidos por él como el resultado inevitable de su pertenencia a esa gran tradición: en el caso del atonalismo, era la forma de resolver la ambigüedad de unas músicas cada vez más disonantes y cromáticas que empezaban a carecer de sentido en el marco de reglas del sistema tonal; con respecto al dodecafonismo, su creación puede entenderse como un intento por volver a entroncarse en esa tradición de la que se había alejado durante su etapa atonal. Su primera obra dodecafónica de envergadura, la Serenata op. 24 (1923), está de hecho repleta de marchas, minuetos, temas con variaciones o canciones sin palabras, entre otras formas tradicionales.
Mucho antes de llegar a este punto, en su juventud, el héroe y modelo de Schoenberg había sido Johannes Brahms. Su amigo Zemlinsky le dio a conocer después las músicas de Wagner y Richard Strauss, y en su primera obra importante, Verklärte Nacht (Noche transfigurada, 1899), ya se reflejan todas estas influencias: sus armonías son ricas y densas como la de Wagner o Strauss, pero el modelo de Brahms es el predominante en las intrincadas texturas sonoras y en la idea de variación constante del material motívico que subyace tras ellas.
Los poemas de Richard Dehmel, que Schoenberg descubrió en 1898 a través del volumen de poesía Weib und Welt (Mujer y mundo), esconden una visión humanista del mundo y van mucho más allá de su contenido aparente. En sus creaciones literarias, Dehmel articuló una filosofía de transformación que buscaba, según explica Steven Lacoste, «reconciliar las contradicciones como hombre-mujer, sujeto-objeto, dios-naturaleza, luz-oscuridad, etc., a través de la unidad de formas poéticas que esperaba que trajeran consigo la reconciliación del individuo con lo universal. Sus poemas desafiaron los modos de expresión reinantes, sugiriendo que la modernidad y la innovación eran esenciales para el cambio cultural». Estas nociones ayudaron a Schoenberg a iniciar una nueva fase en su desarrollo musical, y así se lo reconoció al propio Dehmel en una carta en diciembre de 1912: «Tus poemas han tenido una influencia decisiva en mi desarrollo como compositor. Fueron ellos los que primero me hicieron intentar encontrar un nuevo tono en el carácter lírico. O mejor dicho, lo encontré incluso sin buscarlo, simplemente reflejando en la música lo que tus poemas suscitaban en mí».
Escrita originalmente para sexteto de cuerdas y luego orquestada, Noche transfigurada es un poema sinfónico que narra una emotiva historia. Retrata a un hombre y una mujer que caminan de noche por un bosque. La mujer confiesa a su compañero que está embarazada de otro hombre; anhelando la maternidad, pecó con un extraño y ahora, habiéndolo conocido a él, está llena de pesar y desesperación. El hombre la consuela y promete que su amor transformará al niño como lo ha transformado a él, y que el hijo nacerá como suyo. Así, el niño que la mujer lleva en el vientre se transfigura en hijo del hombre, y juntos caminan hacia la luz de la luna.
Con Noche transfigurada, y llevado por este poema que habla de la superación del conflicto a través de un humanismo compasivo, empático y confluyente, Schoenberg logró encontrar una solución personal al conflicto entre las proposiciones de Brahms y de Wagner, es decir, entre una música pura y la que contiene elementos programáticos extramusicales. Las diferentes secciones de la partitura van desgranando los capítulos de la historia del hombre y la mujer, pero la música nunca es descriptiva sino que trata de «transfigurar» los motivos asociados a los diferentes personajes hasta sublimarlos en un todo unificado. Según Lacoste, «el poema mismo se convierte, en el sentido wagneriano, en una metáfora de lo que la música puede expresar sin la mediación del lenguaje. Schoenberg logra esta realización a través de la interpenetración y yuxtaposición de temas identificados con la mujer, el hombre y la narración respectivamente, con la técnica brahmsiana de variación y desarrollo temático». El resultado de este ejercicio de sobreimpresión de música y poesía es de una belleza sin parangón, y Verklärte Nacht es por ello una de las partituras de Schoenberg más queridas por el público.
Mikel Chamizo