Luis Fernando Pérez, piano
ARCHIPIÉLAGO DIGITAL
CONCIERTO
17
OCT
2025
TEMPORADA DE MÚSICA 2025
17 OCT 2025
1. Los requiebros
2. Coloquio en la reja
3. El fandango de candil
4. Quejas o La maja y el ruiseñor; Intermezzo (de la ópera Goyescas)
5. El amor y la muerte: Balada
6. Epílogo: Serenata del espectro
El Allegro de concierto de Enrique Granados, que abre el recital de esta tarde, es una obra virtuosística del catálogo del compositor, de clara inspiración lisztiana, compuesto en 1903 y que le llevó a obtener reconocimiento nacional tras ganar, en el mismo año de su conclusión, el Concurso de «Allegros de concierto» organizado por Tomás Bretón en Madrid.
Es unánime el juicio de que Goyescas supone la más alta cima de toda la obra de Granados, no tan solo en su aspecto pianístico, sino comprendiendo sus más diversos géneros. Él mismo lo supo así cuando en su libreta roja de apuntes —suerte de diario o compendio de reflexiones y muchos otros datos— anotó, en 1910: «He tenido la dicha por fin de encontrar algo grande: “Las Goyescas”; “Los majos enamorados”, llevan ya mucho andado».
Lejanas ya en el tiempo sus breves composiciones, subsiste, no obstante, en Goyescas un alto grado romántico schumanniano, así como se ensancha ese barroquismo que ya se había apuntado en bastantes obras anteriores, persistiendo la natural elegancia; todos estos, extremos afianzadores de una gran personalidad, incorporándole ahora un madrileñismo tonadillero como base en la que sustentar la enorme admiración que Granados sentía por Goya.
Conocía al pintor inmortal hasta el punto de que nuestro músico, asimismo dotado de dotes singulares con los pinceles, lo hubiera evocado en algunos apuntes de muy singular mérito. Su auténtica devoción goyesca hubo de aumentar, realmente volcado ya, con ocasión de sus visitas al Museo del Prado… Pero quede bien sentado que, con sus Goyescas para piano, el compositor, además de inspirarse en unos cuadros, quiso reflejar, al propio tiempo, una época y una manera de vida muy concreta: la del Madrid de aquel entonces.
La gran obra para piano supone así un reflejo sonoro coetáneo a través de unas concretas pinturas de Goya. Goyescas fue esbozada o intuida con anterioridad a la propia escritura de sus pentagramas, en algunas otras páginas o momentos de ellas, y las mismas célebres Tonadillas ponen su donaire y esencia muy al lado de la genial partitura. Pero será la obra general de Francisco de Goya lo que servirá como fuente de inspiración para nuestro músico en su más ambiciosa obra.
Los primeros esbozos de Goyescas para piano datan de 1909, sufriendo posteriormente su transformación en ópera, con su primera representación en 1916. A la hora de conformar la obra para el teatro, el autor añadirá El pelele —momento que se convertirá en primordial de la partitura dramática— y escribirá el famosísimo Intermezzo.
La palabra requiebro viene a ser sinónimo de lisonja o piropo; es ese españolísimo cumplido del hombre hacia la mujer, sintiéndose atraído por sus encantos. Los piropos, aquí y siempre, nada tendrán que ver, jamás, con lo soez, por irónico y gracioso que resulten; son de exquisita cortesía, elegantes, como los trazos mismos, más personales, de nuestro músico admirado. Entonces, parece del máximo acierto que el autor acuda a nuestra castiza tonadilla, tomando una muy conocida, la de la Tirana del trípili de Blas de Laserna (1751-1816) —compositor navarro, tonadillero prestigioso—, que verdaderamente articula por entero Los requiebros, en un ejemplo admirable de lo que es servicio de lo popular en arte. Este primer número de Goyescas se ha dedicado «A Emil Sauer» (1862-1942), fabuloso pianista alemán, discípulo de Liszt, entusiasta intérprete de esta gran obra.
Intitulado Dúo de amor, el segundo número de Goyescas para piano, Coloquio en la reja, es la plática entre dos enamorados, universal, pero que ya, «en la reja», se torna como contribución a la «españolada». Su dialogar, Granados lo apoya en una polifonía que es preciso referir a «voces» más que a contrapuntos escolásticos, consideradas dentro de un criterio muy libre, aun cuando el trabajo compositivo resultante es espléndido. Su esencia, en el fondo, no es la guitarra quintaesenciada —como lo es la de la Fantasía bética de Manuel de Falla—, sino nuestro instrumento más genuino y tantas veces acompañante de nuestros cantares. Ese regusto oriental, que frecuentemente se deja observar en la obra del gran compositor español, quizá se denote aquí como en ningún otro número de Goyescas. Su escritura pudo haberse comenzado en diciembre de 1909.
El fandango de candil, no «del candil», como tantos han escrito equivocadamente, mira a Madrid, hacia un entorno madrileño que Granados amó de modo especialísimo a través de las pinturas que Goya suscribió sobre el mismo tema. Detengámonos en la indicación de nuestro compositor en la traducción francesa: «avec beaucoup de rythme». Esto es importante: «con mucho ritmo», lo cual nos mueve a señalar esa preferencia rítmica ante todo, un «cuadro de ritmo y color populares» que, verdaderamente, es El fandango de candil: baile popular bien concreto, en local cerrado y alumbrado por un candil. 1912 es la fecha de su escritura, dedicada «A Ricardo Viñes» (1875-1943), cultivador de la música contemporánea, antecedido por Édourad Risler, destinatario del Coloquio.
No podría encontrarse broche más hermoso que estas Quejas para cerrar la Primera parte de las Goyescas para piano… Todo es nostalgia, melancolía, dolor, desesperación, no importa su carácter de relato íntimamente sentido y dialogante con un pájaro que, al final, será protagonista en un piano onomatopéyico de nada fácil logro interpretativo. Resulta imposible admitir que este auténtico Lied sea consecuencia de una inspiración en el concreto dato popular de una canción que Enrique Granados escuchó a una jovencita en las afueras de Valencia; su melodía aflora entre la bien urdida trama polifónica, que utiliza cuatro voces o líneas contrapuntísticas. Es el más conocido de los seis fragmentos de las Goyescas, y es uno de los últimos frutos de nuestro admirado músico, que, esta vez, abandona su dedicatoria a un coloso del piano, dedicándoselo «A Amparo», su amada esposa, la que le acompañaría en su vida y en su muerte. Será fechado este número en «Barcelona, 16 de junio 1910».
Intermezzo (de la ópera «Goyescas»)
En esta partitura, al pie de su primera página, se dice: «Este Intermezzo fue especialmente compuesto para la primera representación de “Goyescas” en el Metropolitan Opera House de Nueva York, el 26 de enero de 1916, no está incluido en la partitura original». Es, por lo tanto, la última música del maestro. Afirmemos, antes que nada, que se trata de un momento destacado entre los más conocidos y queridos de la entera creación de Enrique Granados. Lo merecen su alta inspiración, la nobleza de sus líneas, la sencillez de su trazo y su más adecuada orquestación, pues fue originalmente concebida para el foso de la ópera. No son pocas las transcripciones, ciertamente, sobresaliendo muy en particular la de violonchelo y piano. Pero, pese a su fama, seremos muy pocos los que también queremos su trasplante para el piano solo en el arreglo realizado por el propio compositor.
Una intitulada Balada abre la Segunda parte de las Goyescas pianísticas de Enrique Granados, momento que se reconoce como El amor y la muerte, indiscutiblemente menos conocido que los anteriores cuadros. Los recuerdos o alusiones a una anterior temática se refieren a la obra en general, pero dos de ellos, Coloquio y Quejas, predominan sobremanera a guisa de improvisación surgida de una evocación que puede imaginarse como hasta impensada, nacida del involuntario pero indeleble recuerdo. La expresión de esta balada, grandiosa y trágica, dolorosa en alto modo, emociona profundamente a quien la escucha. Vuelve su dedicatoria a otro de los virtuosos pianistas de su tiempo: «A Harold Bauer» (1873-1951). Con ella, con El amor y la muerte, finaliza la ópera Goyescas.
Como número seis, y ya en la Segunda parte de la obra para piano, se encuentra el Epílogo: Serenata del espectro, nueva escena como recapitulación de cuanto ha ocurrido antes y que, a la vez, quiere reflejar la imagen fantasmagórica de un espectro que viene a ofrecer una serenata, desde el otro mundo, a su amada. El momento posee mayor ironía, gracia y elegancia que ese aspecto grotesco que muchos han querido ver, sin pasar los límites de una sutil burla sobre la que se entrelazan temas y giros tratados en las cinco precedentes situaciones. Es la guitarra, de nuevo, muy protagonista, punteada o rasgueada, insistiendo también en un orientalismo en no pocos pasajes de este Epílogo, dentro del cual llega el espectro a desaparecer «pinzando las cuerdas de su guitarra», en los últimos tres compases. Abunda mucho más la pasión y el casticismo de una temática consustancial de las enteras Goyescas. Ahora, será el gran pianista y pedagogo francés Alfred Cortot (1877-1962) el destinatario del fragmento.
En esta suite de seis piezas, sus «majos enamorados» viven una de las historias amorosas prohibidas más intensas jamás contada. Amor imposible de dos amantes, Fernando y Rosario, tras la muerte de Fernando a manos de Paquiro, marido de Rosario. Amor idealizado de por vida. Concluidas y presentadas en la Academia Granados (más tarde Academia Marshall) en 1911, dieron posteriormente lugar a su versión operística, que se presentó con éxito sonado en el Metropolitan de Nueva York. Tan sonado como para que el presidente Wilson, de los Estados Unidos, invitase al músico español a dar un recital en la Casa Blanca. Recital que pospuso su vuelta a España y obligó a Granados a cambiar de ruta. Viaje de vuelta que concluiría con el torpedeamiento de su barco por parte de un submarino alemán y el fallecimiento del matrimonio Granados en aguas del Canal de la Mancha en 1916, en pleno auge del éxito de su carrera como pianista y compositor.
Luis Fernando Pérez, pianista
Antonio Iglesias, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
Nota: Estas notas al programa toman extractos de las notas al disco elaboradas por Antonio Iglesias (1918-2011) para el CD Goyescas de Luis Fernando Pérez.