De las obras que Bach produce durante su período como Kapellmeister al servicio del príncipe Leopold en la Corte de Anhalt-Köthen —entre 1717 y 1723—, sobresalen las seis Suites para violonchelo solo. Este conjunto de piezas, por sí solas, garantizan la inmejorable estima con que la música de Bach se considera a lo largo de toda la historia. En la escritura de estas obras, Bach une, de manera sublime, belleza, complejidad y conocimiento de las posibilidades expresivas y técnicas del violonchelo.
Tres de las suites, que conforman el repertorio de este concierto, son una verdadera e indiscutible cima de la literatura musical. El oyente actual puede recordar que, durante un largo período tras su composición, estas obras quedan relegadas a la docencia. Es así hasta que un joven Pau Casals intuye, a finales del siglo XIX, el potencial concertístico de estas obras y las eleva al olimpo musical en el que se mantienen desde entonces.
Este antiguo protagonismo pedagógico se sustenta en la amplia proliferación de elementos técnicos que ocultan sus pentagramas. La maestría de su contrapunto y de su lograda polifonía implícita en una sola voz suponen todo un desafío para el intérprete. Esto es así al punto de que durante décadas son tituladas como Estudios, tal y como nos sugiere la primera edición impresa en 1824 bajo el título de Seis sonatas o estudios para violonchelo solo.
Pero son realmente la amplitud de los contenidos emocionales, la expresividad y la capacidad de hechizar al oyente, las peculiaridades que doblegan tanto a aquel joven violonchelista catalán como a la ingente selección de melómanos que encuentran entre estas piezas parte de su literatura musical indispensable.
La mayoría de los estudiosos de la obra de Bach coinciden en la consideración de que Johann Sebastian compone estas obras para dos violonchelistas de la orquesta de la corte de Köthen: Carl Bernhard Lienicke y Christian Ferdinand Abel. En opinión de Eric Siblin, Bach asigna con probabilidad el papel protagonista al violonchelo en estas piezas debido a la dificultad para dedicar pasajes virtuosos a la viola de gamba.
Este instrumento mantiene aún en esta época una relativa popularidad en esta corte. No podemos obviar el hecho de que el príncipe Leopold de Anhalt-Köthen es un aficionado violagambista e interpreta con frecuencia las obras de Bach. A pesar de ello, se tiene referencia de la limitada capacidad interpretativa de este aristócrata. Esta hipótesis puede ser uno de los motivos por los que el autor decide dedicar estas ambiciosas piezas al violonchelo.
La interpretación de las Suites plantea grandes dificultades al intérprete, ya que no existe una copia autógrafa de Bach. Esta composición llega hasta nuestros días a través de cuatro manuscritos diferentes. La realización de las dos primeras copias corresponde a su amigo y organista Johann Peter Kellner, hacia 1726, y a la segunda esposa de Bach, Anna Magdalena, hacia 1730. Hasta nuestros días también llegan otras dos copias realizadas en la segunda mitad del siglo XVIII, de autoría anónima pero probablemente realizadas por violonchelistas de profesión. Todos los manuscritos contienen variaciones y difieren entre sí en determinados detalles.
Suite n.º 1 en sol mayor, BWV 1007
Al igual que en las siguientes suites, el “Preludio” constituye el movimiento más importante. Este preludio contiene una escritura en acordes desplegados con la insistencia de un ritmo constante, al estilo italiano, con una sensación de gran fluidez.
La maestría expuesta en este preludio sirve de fuente de inspiración a compositores hasta nuestros días. De la misma manera, se adapta para formar parte de momentos inolvidables de grandes largometrajes, tanto convertido en verdadero leitmotiv de personajes o situaciones como para acentuar la emotividad de una escena o para recrear un tiempo histórico.
La “Allemande”, de gran elegancia y claridad en las líneas, contrasta con la enérgica y vivaz “Courante”. La “Sarabande”, danza majestuosa en su amplitud, da paso a los “Menuets”, enérgico el primero y lírico el segundo. Una alegre Gigue cierra esta sucesión de danzas.
Suite n.º 2 en re menor, BWV 1008
Esta suite se inicia con un grandioso “Preludio”. La tonalidad de re menor imprime una profundidad que contrasta con la luminosidad de la Primera suite. La “Allemande”, de estilo italiano al igual que el resto de la suite, mantiene una seriedad y una gravedad que contrasta con la rápida “Courante” que sigue.
La “Sarabande”, de carácter introvertido, contiene una mayor complejidad armónica. El primer “Menuet”, con acordes muy marcados, despliega un fuerte carácter de danza que contrasta con el segundo “Menuet”, más fluido de escritura y de paso rítmico. Una poderosa “Gigue” cierra esta secuencia de danzas.
Suite n.º 6 en re mayor, BWV 1012
Esta última suite contiene en las copias manuscritas la indicación «à cinque cordes». Esta advertencia invita a la utilización una quinta cuerda para el violonchelo afinada en un mi4, por encima de la habitual primera cuerda del violonchelo, el la3. Esta indicación despista sobre el instrumento requerido por Bach. Fuera escrita para un violonchelo piccolo o para una viola pomposa —instrumentos actualmente en desuso—, su interpretación con el violonchelo actual supone un reto considerable y un verdadero tour de force para el músico.
El estilo de esta suite es marcadamente italiano. Su “Preludio” es un movimiento perpetuo, desenfadado y radiante. Bach utiliza el contraste entre la sonoridad de una cuerda pisada y la de una cuerda resonante en repetidas ocasiones y alcanza la cima de las seis Suites en un movimiento musical contundente. La “Allemande”, de rica figuración entre la danza y la cantata es, de nuevo, un movimiento rotundo, de una musicalidad trascendente, que contrasta con una “Courante” alegre y desenfadada.
La “Sarabande” emplea constantemente acordes de dobles, triples y cuádruples cuerdas. A pesar de su compleja escritura, requiere una ligereza menos propia de esta danza, pero comprensible tras la densidad ya otorgada a la “Allemande”.
La primera “Gavotte” conserva su carácter marcadamente danzado, mientras que la segunda mantiene un aire rústico. La inmensidad y el virtuosismo de la “Gigue” final suponen el colofón a un ciclo, las Suites para violonchelo solo, que cambiará el destino de este instrumento.
Blanca Gutiérrez Cardona